Pequeño guardián de un gran milagro
Ángela siempre creyó en la magia del amor, en ese vínculo invisible que une los corazones. Por eso, cuando el destino le regaló a Nuevo, un gato negro y peludo con profundos ojos verdes, sintió que no era solo una casualidad. Lo encontró en la calle una fría tarde de otoño, congelado y asustado. Al mirarlo a los ojos, supo que de alguna manera estaban conectados. Lo acercó a su pecho y le prometió que siempre estaría a su lado.
Pasaron los años y Nuevo se convirtió en algo más que un amigo. Era su fiel compañero, su consuelo en los momentos difíciles y su alegría en los días felices. Siempre la encontraba cuando estaba triste y le ronroneaba suavemente, como si dijera que todo estaría bien. Nuevo parecía sentir su ánimo, su alma, y eso los unía aún más.
Cuando Ángela conoció a Alejandro, él se enamoró de Nuevo al instante, y el gato lo aceptó como uno de los suyos. Su hogar se llenó de amor y de risas. Y un día, con la mejor de las noticias, Ángela supo que esperaban un bebé. El mundo para ella se volvió más luminoso, los colores más brillantes y el corazón más cálido. Pero pronto notó que no solo ella percibía ese milagro. Nuevo, su fiel amigo, parecía entender que algo mágico sucedía en su vida.
Desde entonces, no se apartaba de ella. Cada mañana la recibía al borde de la cama, tocando su mano con su suave pata, como si preguntara si todo estaba bien. Se recostaba en su vientre, inmóvil y escuchando algo que solo él podía oír. Ángela sonreía, sintiendo que su fiel amigo la cuidaba a ella y a su futuro hijo.
Con cada mes, su vínculo se hacía más fuerte. Ángela sentía que Nuevo no solo la comprendía, sino que también percibía al bebé que estaba a punto de llegar al mundo. En sus ojos había un brillo suave y cariñoso, el mismo que veía en su padre cuando era niña. A veces sentía que Nuevo la protegía como un ángel guardián, y ya estaba listo para convertirse en el verdadero protector de su futuro hijo.
Un día, mientras estaban sentados en la cama, Nuevo se recostó suavemente sobre su vientre, colocando sus patitas con tanto cuidado, como si temiera hacer daño. La miró con una ternura tan profunda que Ángela no pudo contener las lágrimas. Eran lágrimas de felicidad y gratitud. En ese momento, comprendió que su hogar ya se había convertido en un lugar lleno de amor y cuidado para el bebé. Sabía que cuando su hijo naciera, estaría rodeado no solo de su calor, sino también del amor infinito de Nuevo, su leal amigo.
Ángela abrazó al gato y susurró: «No serás solo un amigo, serás su verdadero guardián».