Familia

Palabras desde el corazón de un abuelo a quienes más ama en esta vida…

Queridos míos.

He vivido muchos años, más de los que pensé al principio, y con cada año no solo vinieron arrugas y dolores nuevos, sino también enseñanzas que no están en los libros, que solo se entienden con el paso del tiempo. Y ahora que ustedes están creciendo, que el mundo gira más rápido de lo que mis piernas pueden seguir, siento la necesidad de dejarles unas palabras. No son consejos de esos que se imponen, sino pensamientos de alguien que los ama profundamente y que ha tenido tiempo para mirar la vida con calma.

Me gustaría que supieran que no todo lo que brilla es valioso, ni todo lo sencillo es insignificante. De joven uno se desvive por alcanzar metas, por correr más que los demás, por demostrar cosas. Pero cuando uno envejece, se da cuenta de que la verdadera riqueza está en lo que no se compra. Una tarde de conversación, una caminata lenta con alguien que quieres, una comida compartida en silencio. Esas cosas se vuelven tesoros con los años, y espero que ustedes no tengan que esperar tanto para descubrirlo.

No se apresuren. La vida no es una carrera, aunque muchos quieran hacerles creer lo contrario. Hay tiempo para todo, aunque a veces parezca que no. Y si alguna vez sienten que han llegado tarde, respiren hondo y recuerden esto: mientras haya vida, hay oportunidad. Y cada quien tiene su propio ritmo. No se comparen con nadie, porque el camino de uno nunca es igual al del otro. Lo que importa es que el suyo les haga sentir paz.

También quiero que entiendan que el error no es un enemigo. Yo me equivoqué muchas veces. Dije palabras que no debía, tomé decisiones que no salieron bien. Pero si no hubiera pasado por esos momentos, no sabría lo que sé hoy. Así que cuando fallen —porque fallarán— no se castiguen tanto. Aprendan, limpien la herida con paciencia, y sigan adelante. Porque eso es vivir: tropezar, aprender, y seguir caminando con más sabiduría.

En cuanto al amor, les diré algo muy sincero. No crean en las historias donde todo es perfecto. El amor real tiene días de sol y días de tormenta. A veces uno no entiende al otro, a veces se dice “te quiero” solo con un gesto, un plato servido, un abrigo en invierno. Lo importante es cuidar al otro incluso cuando no estás de acuerdo. El amor no se sostiene solo con besos o promesas, sino con decisiones diarias: estar, acompañar, perdonar. Y si alguna vez les rompen el corazón, no cierren la puerta para siempre. El corazón sabe sanar, y muchas veces se vuelve más fuerte.

Hay otra cosa que quiero que recuerden: no tengan miedo de estar solos. La soledad no siempre es castigo. A veces es espacio para encontrarse con uno mismo. Yo he tenido momentos de soledad muy duros, pero también momentos en los que he descubierto cosas mías que no sabía. No huyan del silencio. En el silencio, uno escucha mejor lo que realmente siente.

No guarden rencor. Sé que a veces duele tanto que parece imposible perdonar. Pero cargar con el rencor es como llevar una piedra en el zapato durante años. Al principio molesta poco, luego duele, y un día ya no puedes caminar. Perdonar no significa olvidar ni justificar, significa liberarse. Y en esa libertad hay una paz muy valiosa.

Agradezcan siempre. Agradezcan por lo que tienen, por lo que han perdido, por lo que vendrá. Yo he perdido personas, salud, momentos que no volverán. Pero también he ganado sabiduría, ternura, y ustedes —mis nietos— son una de las razones por las que me despierto cada día con una sonrisa. A veces basta con ver sus fotos, escuchar sus voces o recordar alguna travesura para que mi alma se ilumine. No necesitan hacer grandes cosas para hacerme feliz. Con ser ustedes, ya basta.

No olviden cuidar a los suyos. Sus padres, sus hermanos, sus abuelos. Nadie estará para siempre. Y cuando falten, lo único que quedará será el amor que dieron y el que recibieron. Llamen, abracen, escuchen, aunque estén cansados o tengan poco tiempo. El tiempo pasa rápido, y lo que hoy parece común, mañana será un recuerdo que querrán volver a tocar.

Tampoco se olviden de cuidar la naturaleza. Yo crecí en una época donde los ríos eran claros y el aire más limpio. Hoy las cosas han cambiado, pero aún estamos a tiempo de proteger lo que queda. No se desconecten de la tierra, de los árboles, de los animales. Hay una sabiduría antigua en la naturaleza que sana, que enseña, que consuela. Caminen descalzos alguna vez, planten algo, miren las estrellas. No necesitan más que eso para sentirse vivos.

Y no se tomen demasiado en serio. Sean responsables, claro. Pero no pierdan la capacidad de reírse de sí mismos. Yo me río cuando me olvido de lo que venía a buscar o cuando me doy cuenta de que hablé media hora con el control remoto en la mano pensando que era el teléfono. Reírse suaviza la vida, y compartir la risa une más que cualquier regalo.

Les deseo también que tengan amigos verdaderos. No muchos, no importa la cantidad. Uno solo que esté en las buenas y en las malas, que los escuche sin juzgar, que celebre sus triunfos y los abrace en las derrotas, vale más que cien conocidos. Y para tener ese tipo de amigo, hay que ser también ese tipo de persona.

Lean libros. Escuchen música que les mueva el alma. No importa si es antigua o moderna, si la entienden toda o no. Lo importante es que les haga sentir. Y escriban si pueden. Aunque nadie los lea. Escribir es como hablar con uno mismo. Yo he llenado cuadernos enteros que nadie ha visto, pero en ellos he dejado partes de mi alma que necesitaban respirar.

Cuando tengan hijos —si es que deciden tenerlos— ámenlos con libertad. Denles raíces, pero también alas. No pretendan que sean como ustedes ni vivan sus propios sueños a través de ellos. Solo acompáñenlos, escúchenlos, y déjenlos ser.

Y cuando sean abuelos, si la vida se los permite, van a entender lo que siento por ustedes. Van a saber lo que es mirar a un pequeño ser que lleva algo de tu sangre, pero sobre todo todo tu amor. Y entonces se darán cuenta de que la vida, con todo lo que duele y pesa, vale la pena.

Yo no sé cuántos días me quedan. A veces me canso más fácil, a veces me duele donde antes no dolía. Pero tengo paz. He amado, he sido amado, he cometido errores, he pedido perdón, he reído, he llorado. Y ahora, verlos a ustedes es mi mayor recompensa.

Así que vivan. Sin miedo. Con respeto por ustedes mismos y por los demás. Caigan, levántense. No esperen que todo esté en orden para ser felices. La felicidad se encuentra también en el caos, en lo inesperado, en lo que no planeamos.

Y cuando no sepan qué hacer, hagan lo que haría alguien que los quiere mucho: trátese con ternura, den un paso a la vez, y recuerden que no están solos.

Con todo el amor que tengo y más,
Su abuelo

Deja una respuesta