La perra estéril vio a un gatito abandonado y no pudo dejarlo solo.
Rita era una hermosa pastor alemán con un pelaje denso y brillante y unos ojos marrones inteligentes. Sus dueños, Ana y Pablo, la amaban con todo el corazón, pero a menudo notaban en su mirada una tristeza inmutable. Especialmente cuando pasaban los vecinos con niños o cuando los cachorros jugaban en el patio.
«¿Sabes,» – dijo Ana a su esposo, acariciando la cabeza de Rita,» a veces me parece que ella siente lo mismo que yo. Ese vacío por dentro.»
Pablo la abrazó en silencio. Llevaban varios años intentando tener un hijo, sin éxito. Y Rita, su adorada mascota, tampoco podía tener cachorros – ese fue el diagnóstico del veterinario tras una complicada operación el año pasado.
Todo cambió una lluviosa noche de octubre. Como de costumbre, Rita paseaba con Pablo en el parque. De repente, se detuvo, sus orejas se alzaron, y su nariz comenzó a oler activamente el aire húmedo. Tiró del collar hacia los viejos arces.
«Rita, ¿a dónde vas? ¡Está lleno de barro!»– intentó detenerla Pablo, pero algo en el comportamiento del perro lo hizo soltar la correa.
Rita se acercó cautelosamente a un pequeño tocón, sobre el cual, temblando de frío y miedo, estaba sentado un diminuto bolita gris – un gatito de no más de un mes de edad. Su pelaje estaba mojado y enmarañado, y sus ojos, grandes y asustados, brillaban en el crepúsculo como dos farolillos de ámbar.
En lugar de ladrar o asustar al pequeño, Rita se recostó lentamente frente al tocón, apoyando su hocico sobre las patas delanteras. Su cola se movía suavemente, mientras sus ojos irradiaban una ternura que Pablo nunca había visto antes.
«¿Miau?»– preguntó suavemente el gatito, inclinando la cabeza hacia un lado.
Rita emitió un suave ronroneo, un sonido poco típico de los perros. El gatito, tras dudar un momento, saltó del tocón y dio un paso inseguro hacia el gran perro. Rita no se movió, solo su cola se agitó un poco más.
«¡Miau!»– maulló el gatito con más confianza y se acercó más. Rita se extendió con cuidado hacia él con su hocico y lamió suavemente su pelaje húmedo. El gatito se estremeció de sorpresa, pero no se alejó, al contrario, se acurrucó contra el cálido costado del perro.
Pablo permaneció inmóvil, temeroso de interrumpir ese momento. En los ojos de su perro apareció por primera vez en mucho tiempo ese brillo especial que solo tienen las madres cuando miran a sus hijos.
«Dios mío,»– susurró, sacando el teléfono para llamar a su esposa, – «Ana tiene que ver esto.»
Una nueva familia
Ana llegó al parque en quince minutos, jadeante y emocionada. Se detuvo al ver la escena: Rita estaba recostada de lado, y el pequeño gatito gris, ya casi seco gracias a su calor, descansaba cómodamente junto a su vientre.
«Pablo, mira eso,»– susurró Ana, agachándose junto a su esposo, – «ella está sonriendo. Te juro que nuestra Rita está sonriendo!»
Y de hecho, el rostro del pastor alemán expresaba una felicidad serena que no habían visto desde hacía mucho tiempo. Mientras tanto, el gatito comenzó a jugar con su cola, saltando torpemente y tratando de atraparlo con sus patitas.
«¿Crees que alguien lo está buscando?» – preguntó Ana, aunque el estado del gatito claramente indicaba que simplemente había sido abandonado.
«Pondremos anuncios,»– respondió Pablo, –»pero ahora debemos llevarlos a ambos a casa. Mira, está empezando a llover de nuevo.»
Rita, al oír la palabra «casa», se levantó y empujó suavemente al gatito con el hocico. Este se asustó un poco ante la pérdida de calor y comenzó a maullar lastimeramente, pero el pastor lo calmó lamiéndolo suavemente en la cabeza.
«Ven aquí, pequeño,» – Ana extendió las manos hacia el gatito, pero este se acurrucó en las patas de Rita. –»No temas, todos vamos a casa.»
Para sorpresa de la pareja, Rita empujó al gatito hacia las manos de Ana, como diciendo: «Todo está bien, esta es mi familia, puedes confiar en ellos.»
Ya en casa, Rita le dedicó al gatito una verdadera inspección: lo lamió de la cabeza a la punta de la cola, revisó cada patita y solo entonces permitió que Ana alimentara al pequeño con leche tibia.
«Sabes, se parece un poco a una nube,»– dijo Ana pensativamente, observando cómo el gatito bebía la leche con avidez, mientras Rita permanecía a su lado, vigilando su comida.
«¿Nube? Hm…»– Pablo sonrió. –»De verdad. ¿Tal vez así lo llamemos?»
El gatito, al oír la palabra «Nube», levantó la cabeza del tazón y maulló sonoramente, como si estuviera de acuerdo con la elección del nombre. Rita en respuesta le lamió cariñosamente la oreja.
Esa noche Rita se negó a dormir en su rincón favorito. Se instaló en el tapete de la cocina, donde provisionalmente habían colocado una canasta para Nube, y apoyó la cabeza junto a ella. El pequeño gatito, acurrucado en forma de bolita, se apretaba contra su hocico, y ambos dormían plácidamente.
Ana y Pablo permanecieron un largo rato en la puerta de la cocina, observando esta idílica escena. En un momento, Ana sintió cómo una lágrima rodaba por su mejilla.
«¿Qué te pasa?» – se preocupó Pablo.
«Sabes,» – respondió ella en voz baja, – «al mirarlos, entiendo: no importa si es natural o adoptiva, lo importante es amar de todo corazón. Mira lo feliz que es ahora, cuando tiene a quién cuidar.»
Lecciones de amor
Pasaron las semanas, y Nube crecía a pasos agigantados. Era sorprendente observar cómo el gatito adoptaba las costumbres de su inusual madre. Al igual que Rita, siempre recibía a los dueños en la puerta cuando regresaban del trabajo. Intentaba imitar su bajo gruñido, lo cual resultaba en un gracioso ronroneo. Y una vez Pablo lo sorprendió intentando sentarse como Rita — con la cabeza alta y la espalda recta.
«Mira a este pequeño payaso,» – reía Pablo, mostrando a su esposa un video en el teléfono donde Nube imitaba los ladridos de Rita hacia las aves que volaban tras la ventana.
Rita, por su parte, mostraba maravillas de paciencia y cuidado maternal. Permitía que el gatito escalara sobre su espalda, jugara con su cola y sus orejas, pero si Nube se sobrepasaba y comenzaba a morder demasiado fuerte, ella lo detenía de manera amable pero firme. Le enseñó a no temerle al agua, mostrándole el ejemplo durante el baño, y ahora Nube se dejaba lavar tranquilamente.
«Imagina,» – dijo Ana un día, observando cómo Rita enseñaba a Nube a bajar del sofá con las patas traseras primero, – «y pensar que muchos decían que los gatos y los perros no pueden ser amigos. Pero míralos, son una verdadera familia.»
Esa noche, después de acostar a las mascotas, Ana no podía dormir. Pensaba en cómo un encuentro casual en el parque había cambiado sus vidas. Cómo la bondad innata y el instinto maternal de Rita ayudaron a un pequeño ser indefenso no solo a sobrevivir, sino a ser feliz.
«¿Pablo, estás despierto?»– llamó suavemente.
«No,»– respondió su esposo. –»¿En qué piensas?»
«¿Recuerdas que hablamos sobre adoptar a un niño de un orfanato?»
Pablo se volvió hacia su esposa: «Lo recuerdo. Pero dijiste que no estabas lista.»
«Y ahora, al mirar a Rita y Nube, entiendo que el amor no se mide por lazos de sangre. Se mide por la cantidad de calor que estás dispuesto a dar a otro ser, cuánto cuidado puedes brindar.»
Un año después. La casa de Ana y Pablo se volvía aún más cálida y acogedora. En la habitación de los niños, decorada en tonos suaves, ahora vive la pequeña Sonia, una niña de tres años de ojos oscuros que adoptaron del orfanato. Cada noche, al acostar a su hija, le cuentan la historia de un gran perro amable, que les enseñó que el amor verdadero no tiene límites.
¿Y Rita y Nube? Siguen siendo inseparables. Ahora tienen una nueva misión importante: cuidar el sueño de la pequeña Sonia. Cada noche, en la puerta de la habitación infantil se puede ver una escena maravillosa: un gran pastor alemán y un gato gris y peludo descansan juntos, protegiendo la paz de su familia ampliada.
Porque la familia no es simplemente el mismo linaje. Es sobre todo amor, cuidado y lealtad. Y a veces, son nuestros amigos de cuatro patas quienes nos enseñan las verdades más importantes de la vida.