Familia

¿Tiene razón el hijo que cuida tanto de su madre que la condena a la soledad…?

¿Tiene razón el hijo que cuida tanto de su madre que la condena a la soledad…?

Había una anciana que vivía en un pueblo, tenía dos hijos: una hija y un hijo. La hija vivía no muy lejos, en la ciudad, y a menudo visitaba a su madre para ayudarla, llevarle medicinas, en resumen, estaba cerca y era una visitante frecuente.

En su propia vida las cosas no iban tan bien: el dinero era escaso, a su marido le gustaba salir de fiesta, los niños crecieron, se fueron y vivían sus propias vidas.

La anciana, en su tiempo, fue una mujer de gran carácter, solía comandar y dirigir a la familia. Era estricta como esposa y madre, pero la familia se sentía segura con ella y la querían muchísimo.

Y estaba acostumbrada a dirigir a su hija (que ya pasaba de los cincuenta) y a regañarla como si fuera pequeña. Siempre buscaba algún fallo: que si no había arrancado las malas hierbas correctamente, que si usaba demasiada agua del grifo, que si venía por venir y ayudaba poco, y cosas por el estilo.

Hasta que, un día, la hija no pudo más. Le dijo a su madre todo lo que pensaba, y llegó al punto de recordarle que la casa en el pueblo estaba a su nombre, insinuando que su madre era ya una anciana sin derecho a levantarle la voz. «¡Aquí la dueña soy yo, y tú no eres nadie!», le espetó.

La madre se quedó callada. En otros tiempos habría reaccionado con un trapo o la escoba, pero en esta ocasión, por la sorpresa y su repentina impotencia, no se le ocurrió otra cosa que llamar a su hijo y quejarse, maldiciendo a su hija ingrata.

Unas palabras sobre el hijo. Ama a su madre, la llama con frecuencia para preguntar por su salud y se preocupa por ella. Tiene una situación económica holgada y vive en San Petersburgo. Por eso, viaja poco y, claro, como invitado, no ayuda ni en el jardín ni en la casa.

Hace tiempo, entre la hermana y el hermano, quedó acordado que ella cuidaría de su madre y heredaría la modesta casa del pueblo, ya que está a su nombre.

Él no reclamaba ningún derecho. Pero tampoco planeaba invertir en el arreglo de la casa. A veces ayudaba con dinero para medicinas.

Después de la fuerte discusión entre la madre y la hija, durante la cual se dijeron cosas muy duras y casi acaban peleándose, le dijeron que la echarían de la casa y que la enviarían a un asilo.

Pequeño paréntesis: no había testigos conocidos cerca, toda la discusión fue contada por cada parte según su propia versión.

Por un lado, la hija siempre fue tranquila y callada, por otro, tras haber estado enferma, tuvo comportamientos un tanto inestables. Creer o no, esa es otra cuestión.

Sin embargo, el hijo, alarmado por la noticia, voló casi con el primer vuelo preocupado por el estado de su madre.

Rompió toda relación con su hermana, y con las palabras «que te atragantes con esa casa», compró a su madre, en otro sitio cercano, una casita con terreno, la renovó por completo, y la trasladó rápidamente a su nuevo hogar, manteniendo la dirección en secreto y cambiándole el número de teléfono. A la madre le gustó el nuevo lugar, pero no olvidemos que ella ya tenía más de 80 años.

La familia de la hija – nieta y bisnieto (a quienes la abuela había criado desde pequeños) – también quedaron en desgracia y fueron cortados del contacto con la abuela, ya que supuestamente durante esta crisis no defendieron a la abuela.

Después del traslado, la abuela se quedó sola, casi.

El hijo la llama varias veces al día, le ayuda a resolver problemas de la vida cotidiana a distancia, pero no hay nadie cerca, a quien dar caricias ni regaños. A veces viene de visita, más que antes, pero son solo uno o dos días, y luego tiene que volver a casa.

A la abuela (fíjense, al comienzo de la historia la llamaba anciana, y ahora abuela) se le permitió tener una ayudante contratada (una persona ajena) que le traía alimentos y le ayudaba un poco. La abuela la despidió, no le gusta tener gente extraña cerca, y aprendió a ir poco a poco al mercado, ya que abrieron uno cerca.

La segunda persona que conoce la dirección y el teléfono de la abuela soy yo, y mi familia. Pero sin mí no pueden ir ni mi madre (por motivos de edad), ni mis hijos y nietos (debido a su ocupación y carga de trabajo). Yo la visito cuando estoy en la ciudad, que no es con frecuencia.

Y hace poco, durante una de mis visitas, ella me dijo que extrañaba mucho y deseaba ver a su nieta y bisnieto. Soñaba con ellos y anhelaba encontrarse con ellos.

Pero el hijo no permite que se comuniquen, le recuerda que entonces no la defendieron. Y la abuela tiene miedo, piensa que si desobedece al hijo, él se enfadará y dejará de llamarla.

Así que me pidió que llamara a su nieta para enviarle saludos. Pero la mayor alegría sería si pudieran encontrarse…

No los aburriré con detalles, pensé que a la abuela no le quedaba mucho tiempo de vida (ya tenía 86 años), y que estar sola todo ese tiempo… era mejor darle una alegría.

Y organice su encuentro. La nieta llegó con su bisnieto, se reconciliaron y durante dos días se abrazaron, lloraron y rieron. Me agradecieron por haberlo hecho posible.

El hijo se enteró. Dejó de hablar conmigo como castigo por romper el aislamiento de su madre. A ella le llama menos.

Pero la abuela es feliz, y recuerda el reciente encuentro cada vez que hablamos.

 

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