Familia

El amor que se reveló después de la despedida…

El amor que se reveló después de la despedida.

Esto sucedió hace unos quince años. Me trajeron a Nicolás tarde en la noche. Era un hombre fuerte, cerca de los cincuenta, trabajaba de maquinista – tenía manos de oro, pero el carácter… era reservado, como si siempre estuviera en su mundo. Lo trajeron los vecinos, aterrados. Nicolás estaba sentado, dicen, en el banco frente a su casa, fumando, mirando a lo lejos, y de repente, como si se desvaneciera, se derrumbó. En cuanto lo vi, lo entendí todo. Un derrame cerebral. Grave.

Mientras llamaba a la ambulancia, mientras lo examinaba, él ya no recuperaba el conocimiento. Solo respiraba profundamente, con un silbido, y tenía los ojos abiertos. Pero esos ojos… Ay, queridos míos, esos ojos nunca los olvidaré.

Tenían una tristeza tan profunda, un dolor inexpresado, como si quisiera decir algo, algo muy importante, pero no pudiera. Miró directamente hacia mí, luego desvió la mirada hacia la puerta, donde su esposa María estaba de pie, pálida como una pared, con las manos en el pecho. Y en esa mirada había algo… una despedida. Algo que me hizo encoger el corazón. Me recorrieron escalofríos por la espalda.

La ambulancia, gracias a Dios, llegó. Llevaron a Nicolás al hospital del distrito. Los médicos dijeron enseguida que había pocas posibilidades. Muy pocas.

María, la esposa de Nicolás, era una mujer severa, silenciosa. Toda una enigma. Habían estado juntos treinta años, hijos adultos, nietos. Parecían vivir en paz, sin grandes escándalos, una familia trabajadora.

Pero aquella felicidad brillante, saben, cuando a la gente se les ilumina los ojos con el amor, nunca la había visto en ellos. Todo era como… cotidiano. Rutinario. Como si simplemente cumplieran su deber de vivir juntos, llevar la casa, criar a los hijos.

María iba al hospital todos los días. Dejó todos sus asuntos, contrataba un auto – no escatimaba en gastos. Se sentaba junto a la cama de Nicolás durante horas, le sostenía la mano. Y él seguía igual, inconsciente, con los ojos abiertos. Solo esa mirada… María me contó luego, llorando: «Mira, mira hacia algún lado más allá de mí. Como si yo no estuviera allí en absoluto. Como si viera algo más. O a alguien más».

Pasó una semana. El pueblo seguía con su vida, pero todos hablaban de Nicolás. Su estado empeoraba. Los médicos levantaron las manos, la medicina era impotente. Fui a casa de María, a visitarla, a apoyarla. El corazón se me retorcía al mirarla. Nos sentamos en la cocina, tomamos té, yo decía algunas palabras de consuelo, y María de repente dice, con una voz tan baja, como si hablara consigo misma:

– Sabes… Me parece que antes de… caer… quería decirme algo. O pedirle perdón a alguien… O despedirse de alguien. Esa mirada… No estaba dirigida a mí…

La escucho, toda cubierta de escalofríos. Recordé esa mirada suya, llena de un deseo insaciable.

– ¿Por qué piensas eso, María? – le pregunto con cuidado, temiendo asustar su confianza.

– Porque… – María levantó sus ojos enrojecidos hacia mí. – Ayer, en su mesita de noche en el hospital, estaba su teléfono. Siempre lo llevaba con él, incluso al campo. Uno viejo, de botones… Lo tomé, quería ver, tal vez había números importantes allí. Y él… como que se desbloqueó solo. Yo lo repasaba, repasaba…

Y allí en la galería… Una foto. Antigua, antigua. Una mujer desconocida para mí… Y al lado Nicolás, muy joven. Se abrazan… Y Nicolás la mira de una manera… Dios mío… De manera muy diferente a como me miraba a mí alguna vez.

María sacó del bolsillo de su vestido un pequeño teléfono de botones, encontró la foto y me la dio. La tomé con manos temblorosas. En la foto – una joven con rizos, con hoyuelos en las mejillas, una sonrisa brillante como el sol. Y de verdad, Nicolás, apenas un muchacho, la miraba con tanta ternura, con tanto amor, que el corazón se encogía de dolor. Era la mirada de una persona completamente distinta, no el Nicolás reservado que conocía todo el pueblo.

– Esa foto nunca la había visto, – continuó María, temblando su voz. – Y sobre esa mujer nunca me dijo una palabra. ¿Quién es? ¿Acaso… acaso él tenía otra vida antes que yo? ¿Otro amor? ¿Un amor… verdadero?

Me quedé pensando. A lo largo de los años, he visto muchas cosas, muchos secretos del pueblo me los han confiado en la enfermería. Pero de un amor secreto de Nicolás… nunca había oído hablar de tal cosa. Porque nunca fue visto en ningún pecado, realmente parecía un ejemplar padre de familia.

– No lo sé, María, – le dije, – tal vez solo sea una vieja amiga. O una pariente lejana. En la juventud, todos tenían muchas amistades…

Pero María meneó la cabeza. Su intuición, su instinto femenino, le decía otra cosa.

– No. En sus ojos en esa foto… no hay simplemente una conocida. Hay… amor. El primero, puro, tal vez… y el más fuerte. Y pienso… Esa última mirada… Antes de que cayera… ¿Tal vez la recordó? ¿Quizás ese ataque… liberó los recuerdos? O… ¿quería decírmelo? ¿Revelarme su secreto antes de morir?

Ese pensamiento, como una astilla, se alojó en el alma de María. No podía encontrar la paz. Y entonces decidió encontrar a esa mujer de la foto. Aunque solo fuera para entender a Nicolás. Entender qué era lo que veía en sus últimos momentos.

María comenzó a preguntar a los viejos residentes, quienes recuerdan a Nicolás joven, quienes sabían con quién andaba, con quién salía. No fue fácil, pues el tiempo borró muchas cosas de la memoria de la gente. Pero María fue perseverante. Grano a grano, a partir de fragmentos de recuerdos, comenzamos a armar esta historia.

Resulta que en su juventud, antes de ir al servicio militar, Nicolás amó fuertemente a una chica llamada Olga. De un pueblo cercano. Se amaron intensamente, querían casarse. Se les recordaba paseando del brazo, con los ojos brillantes. Pero Olga, una chica inteligente, ambiciosa, se fue a la ciudad a estudiar en el instituto, y Nicolás se quedó en el pueblo.

Fue a trabajar, la esperaba. Se escribían cartas, todos los días iban a la oficina de correos. Esperaban reunirse, hacían planes. Y luego… luego las cartas de Olga comenzaron a llegar con menos frecuencia, y finalmente dejaron de llegar. Decían que allá en la ciudad conoció a otro chico, se casó, se quedó en la ciudad. Nicolás entonces se angustió mucho, se cerró en sí mismo. Dejó de socializar con amigos, andaba como una sombra. Y un año después, como si desafiara al destino, como si quisiera arrancarse el dolor del corazón, se casó con María.

Resulta que… esa última mirada de Nicolás… no era para María. Probablemente fue para su primer amor intenso, no consumado. Para Olga, cuyo recuerdo llevaba en su corazón todos esos años. Para esa chica con una sonrisa como el sol.

María se sentaba, escuchando todo esto, y lágrimas corrían por sus mejillas arrugadas. No de rabia, no de celos hacia esa otra mujer. De comprensión. De repente entendió que durante esos treinta años había tenido junto a ella a una persona que llevaba en su corazón un secreto. El secreto del primer y, tal vez, único amor verdadero. Y esa última mirada… no era una despedida con María. Era una despedida con ese primer amor, que tal vez estuvo más allá del tiempo y fue el sentimiento más fuerte de su vida. Como si ante la muerte, su alma retornara a los recuerdos más luminosos, más queridos.

Nicolás murió dos días después que María me mostró la foto. Nunca recobró la consciencia. Sus ojos quedaron entreabiertos, como si aún estuviera mirando algo… o esperando a alguien.

En el funeral, María se mostró serena, incluso parecía tranquila. No lamentó, no se rasgó las vestiduras. Me dijo después, cuando estábamos en su cocina tras el velorio, cansadas y desoladas:

– Sabes… ahora me siento más aliviada. Lo entendí todo. Su última mirada… no fue un reproche para mí. Fue… una despedida con algo muy importante para él. Y no me duele que él, tal vez, amara a otra en su juventud. No. Me duele que él llevara ese dolor, ese secreto en su interior tantos años. Solo. Y yo… estuve tan cerca, pero no pude notar ese dolor. No pude ayudarle.

María cambió mucho después de la muerte de Nicolás. Se volvió más suave, más amable. Como si la muerte de su esposo y la revelación de su antiguo secreto le hubieran quitado una especie de armadura que llevaba durante muchos años.

Hizo las paces con su hermana, con quien no había hablado durante muchos años debido a alguna trivial ofensa. Pasó más tiempo con sus hijos y nietos. Como si esa última mirada de Nicolás no solo revelara el secreto de su corazón, sino que también ayudara a María a ver su propia vida de una manera diferente.

Así es la historia, sobre la última mirada que puede estar llena de palabras no dichas. Sobre el amor, que incluso si no se realiza, puede quedarse en el corazón para siempre.

Cuídense unos a otros, queridos míos. Expresen sus sentimientos mientras tengan tiempo. No guarden dolor en su interior. No teman abrirse. La vida es tan frágil…

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