La vejez es una época de pérdidas y entregas. Y cómo vivir con esto…
En la juventud, mucho de nuestra vida está vinculado con el adquirir cosas.
Hasta los treinta años, formamos una familia, conseguimos un trabajo, compramos un auto, un apartamento, hacemos amigos, tenemos hijos. Hasta los cuarenta, buscamos y elegimos el mejor trabajo, ganamos más dinero, compramos una casa más grande, elegimos el mejor auto…
Y nos parece que el estado natural de nuestra vida es crecer y multiplicarse.
La vejez – el tiempo de dar
Pero llega un momento en que vemos que el equilibrio ha cambiado, y en nuestra vida comenzamos no a sumar, sino a restar:
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Los hijos se van de casa.
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La casa se vuelve demasiado grande y costosa de mantener, y nos despedimos de ella a cambio de una opción de vivienda más económica.
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El trabajo pierde su importancia, y la mayoría de las veces, también nos despedimos de él a cambio de una pensión.
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Conducir se vuelve peligroso, y convertirnos en peatones es una salvación en la vida de jubilado sin movimientos.
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Los ingresos comienzan a disminuir y la salud a deteriorarse.
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Amigos y compañeros de vida se debilitan y fallecen.
Y comprendemos que las pérdidas y el dar son también una parte natural de nuestra vida.
Algunos de nosotros, sufriendo una pérdida tras otra, nos volvemos enojados, maliciosos, caprichosos y deprimidos. Desafortunadamente, hay muchos así entre nosotros.
Pero también hay otros.
Y para estos otros, las pérdidas de la vida se convierten en una especie de viaje espiritual, una oportunidad para encontrar lo que realmente es valioso. Al encontrar un nuevo interés y sentido en la vida, se vuelven sabios y satisfechos.
Recuerdo cómo este proceso ocurrió con mi madre…
El período de pérdidas y dar de mi madre
En los últimos 15 años de su vida, quedó viuda, perdió más amigos de los que yo alguna vez hice, renunció a la mayoría de las actividades que definieron su vida adulta y distribuyó recuerdos familiares a los parientes.
Año tras año, fue disminuyendo gradualmente el espacio que ocupaba en el mundo. Primero fue la mudanza de su gran casa a un apartamento de dos habitaciones, luego a una habitación en mi apartamento.
En cada etapa, parecía que más de sus pertenencias se desvanecían. Cuando tenía más de 80, me parecía que todo lo que tenía cabría en dos maletas.
A pesar de las pérdidas y la reducción del espacio a su alrededor, mamá nunca se lamentó.
Con los años decidió por sí misma que en su vida lo que realmente importaba eran sus relaciones con otras personas.
Las ofensas y los contratiempos los llamaba «cosas sin importancia», y los superaba fácilmente.
Ahorrraba su energía para mantener la conexión con la gente: escribía cartas, disfrutaba de largas conversaciones telefónicas, asistía a todos los eventos de la ciudad, jugaba con los nietos, recordaba y contaba historias interesantes de su vida.
Tenía ahorros en el banco, y podía, para su gran alegría, dar dinero a los miembros de la familia para compras importantes. Lo hacía con gusto, pues era un ejemplo de que los miembros de la familia cuidan unos de otros a diferentes edades y en diferentes etapas de la vida, y que es normal.
Con su ejemplo, entendí que, a pesar de las pérdidas, los últimos años de vida pueden ser unos de los más valiosos.
Mamá me enseñó que cada uno de nosotros tiene la opción de cómo aprovechar esos años.
Y, lo más importante, a pesar del dolor y las pérdidas, mantenerse amable, compasivo, amoroso. Eso es lo que llena la vida de un contenido brillante y significativo.