INCREÍBLE HAZAÑA DE ZHUZHA
Juya vivía en uno de los patios de Spitak y no era diferente de otros perros callejeros locales. Algunos vecinos la alimentaban, otros la ahuyentaban. Algunos niños la provocaban, pero había quienes la querían y a escondidas de sus padres le llevaban salchichas.
Un presentimiento de desgracia
Aquel invierno fatídico, Juya se encontraba constantemente en el sótano de un edificio de paneles de nueve pisos, ya que alimentaba y protegía a sus cachorros recién nacidos.
El día anterior, el perro había sentido algo malo. Comenzó a aullar desesperadamente, sin embargo, los vecinos no le prestaron atención. Y ya por la mañana ocurrió un fuerte terremoto que se cobró la vida de 25 mil personas.
El edificio de varios pisos, donde en la planta baja vivían el niño Rubén, su pequeña hermana Lala, mamá y papá, y en el sótano estaba Juya, quien corría de un lado a otro temiendo dejar a sus cachorros, comenzó a desmoronarse. Una losa pesada aplastó a los cachorros. Solo un rincón quedó intacto: precisamente aquel donde estaba Juya. Y de alguna manera increíble, ahí también rodó la pequeña Lala de un año.
Finalmente, los movimientos telúricos se detuvieron, los rescatistas y los residentes locales comenzaron a limpiar los escombros y a sacar a las personas. Luego, las máquinas comenzaron a trabajar. Los rescatistas hacían minutos de silencio durante los cuales escuchaban cualquier ruido: aún quedaban muchos heridos en las ruinas. Los sobrevivientes llamaban a sus seres queridos, esperando un milagro. Entre ellos estaba Rubén. Él se salvó, pero bajo los escombros quedaron sus padres y su hermana Lala (más tarde se supo que su mamá y papá habían fallecido).
Juntos lograron sobrevivir
Durante largos 4 días, Juya mantuvo caliente a la niña y llamó por ayuda. Sin embargo, nadie vino, ya que salvar vidas humanas era la prioridad. Entonces, el héroe de cuatro patas decidió tomar medidas desesperadas. Juya mordisqueó suavemente pero con firmeza a la pequeña. Por la sorpresa y el susto, Lala gritó con fuerza. La gente escuchó el llanto y se apresuró a levantar las losas.
Cuando el área fue despejada, los rescatistas sacaron a la niña. Al perro, sin embargo, decidieron matarlo, pensando que había encontrado a la niña y la había atacado. Pero en ese momento Rubén, que todo ese tiempo había estado ayudando a los rescatistas, lo vio y lo cubrió con su cuerpo, mientras Lala extendía sus manitas hacia su peluda protectora.
Encontró su hogar
Cuando la gente entendió lo que había pasado, comenzaron a acariciar a Juya, a elogiarla y a llamarla héroe. Y Rubén decidió firmemente que Juya ya no se quedaría en la calle. La abuela y el abuelo de los hermanos sobrevivieron y acordaron con los nietos que el perro ahora sería un miembro de pleno derecho de su familia.
Juya vivió en su casa durante 12 años, hasta su vejez. Cuando murió, la familia decidió enterrarla en el cementerio de Spitak, y todos los ciudadanos apoyaron su idea. Para entonces, ese perro se había convertido en una leyenda y un símbolo de la lealtad infinita al ser humano.