Mascotas

El perro sufrió mucho de los humanos, pero los amó tanto que pudo volver a confiar y transformarse en un verdadero galán.

La lluvia de octubre tamborileaba sobre el techo del refugio de animales. María, una joven veterinaria, leía por centésima vez el informe de los rescatistas, incapaz de creer lo que estaba escrito. Lo que encontraron en el patio trasero de una casa abandonada apenas podía llamarse un perro.

«Dios mío,» – murmuró ella, mirando a la criatura temblorosa en el bloque de cuarentena. – «¿Qué te han hecho?»

El perro, si es que realmente era un perro, parecía un esqueleto cubierto de piel inflamada. Casi sin pelaje, solo heridas y llagas. El animal exhausto se acurrucó en una esquina de la jaula, sin entender lo que sucedía y qué esperar de los humanos.

«¡Alex!» – llamó María a su colega. – «¿Alguna vez viste algo así?»

El veterinario experimentado se acercó a la jaula y observó al perro con mirada profesional.

«¿Sabes qué es lo más aterrador?» – finalmente dijo. – «Es un malamute de Alaska. Una raza que debería tener un pelaje exuberante y denso. Y ahora míralo…»

En ese momento, el perro levantó la cabeza y miró a las personas. En sus ojos no había miedo ni agresividad, solo un cansancio infinito y algo que dejó a María sin aliento. Esperanza. Una pequeña chispa de esperanza que, de alguna manera, no se había apagado durante todos esos años de sufrimiento.

«Me lo llevaré,» – se oyó una voz desde la puerta. Allí estaba Anna, una de las mejores voluntarias para el cuidado temporal de perros. – «Por el tiempo que sea necesario, lo pondré de pie.»

«No será fácil,» – advirtió Alex. – «Aquí hay un conjunto completo: infecciones de la piel, problemas dentales, desnutrición…»

«Entonces, lo trataremos todo uno a uno,» – dijo Anna con firmeza. – «Cada perro debe tener la oportunidad de descubrir qué es el amor.»

Los primeros pasos hacia la vida

En casa, Anna llamó al perro Lobo, ya que ella sentía que en alguna parte dentro de ese ser agotado vivía el espíritu de un noble lobo, que lo ayudaría a sobrevivir.

La primera noche, Lobo la pasó acurrucado en una esquina del recibidor. No entendía por qué lo dejaron entrar a la casa y esperaba que algo saliera mal en cualquier momento. Anna le colocó un colchón blando, pero el perro tenía miedo incluso de acercarse.

«Todo está bien, pequeñín,» – susurraba ella, sentada en el suelo cerca de él. – «Ahora estás a salvo.»

Al amanecer, Lobo se atrevió a acercarse un poco más a la persona. Anna lloró cuando él tocó su mano con la nariz por primera vez, un pequeño gesto de confianza de un ser que solo había conocido dolor de los humanos.

«Mira esto,» – dijo ella, mostrando a su esposo fotos de malamutes en el teléfono. – «¿Te imaginas en qué guapo puede convertirse?»

«Si sobrevive,» – su esposo miraba al perro con preocupación, el cual tenía por delante largos meses de tratamiento.

Cada día comenzaba con procedimientos. Ungüentos para infecciones de la piel, pastillas para los órganos internos, una dieta especial. Lobo soportaba todo con paciencia, como si entendiera que este dolor era diferente, que conduciría a la curación.

Una semana después ocurrió el primer milagro: Lobo se subió a su colchón por primera vez. Un día después, Anna se despertó por un sonido inusual: el perro gemía suavemente en sueños, pero no por dolor o miedo, sino como gimen los perros cuando sueñan con algo.

«¿Sabes qué es lo más sorprendente?» – le dijo a su esposo. – «Su cuerpo tiene tantas cicatrices, pero en su alma ni una sola. Él aún confía en la gente, ¿puedes creerlo?»

Y en la espalda desnuda de Lobo, donde la piel ya había comenzado a sanar, apareció el primer plumón de nuevo pelaje, plateado y gris como el de un verdadero lobo.

Renacimiento

La primavera trajo verdaderos milagros. El cuerpo de Lobo parecía recordar cómo debía ser. El pelaje crecía tan rápido que parecía que podías ver los cambios cada día. Al principio, pequeños y tímidos mechones, luego auténticos prados de suave pelo plateado.

«Dios mío,» – exclamó María cuando Anna llevó a Lobo para un chequeo. – «¿Es realmente el mismo perro?»

Lobo, como si entendiera que hablaban de él, alzó la cabeza con orgullo. Ahora en sus ojos había un brillo especial, el brillo de un ser que sabe su propio valor.

«¿Recuerdas cómo temía los juguetes?» – se rió Anna, sacando de su bolsa un oso de peluche desgastado. – «¡Ahora mira esto!»

El perro tomó con cuidado el juguete y, para sorpresa de todos los presentes, comenzó a… colocarlo suavemente en su cama, como si lo acomodara a su gusto.

«Hace esto con todos los juguetes,» – susurró Anna. – «Cuida de ellos. ¿Puedes creerlo? Después de todo lo que le hicieron, no ha olvidado cómo cuidar de otro.»

Pero el mayor milagro ocurrió en el parque. Durante un paseo, se les acercó un cachorro husky, tan esponjoso como solía ser Lobo. Anna se puso tensa, su perro nunca había interactuado con otros perros. Pero Lobo simplemente se sentó y dejó que el cachorro lo olisqueara, y luego… comenzó a jugar con él, suave y gentilmente, como un gran y amable tío.

«Nunca lo devolveré,» – dijo Anna a su esposo esa noche. – «Sé que solo debía ser una guardiana temporal, pero…»

«¿Quién dijo que los milagros deben ser temporales?» – sonrió su esposo, observando a Lobo, ya casi recubierto de un pelaje exuberante, descansando plácidamente a sus pies.

Los milagros suceden

Un año después, nadie habría creído que este majestuoso perro fue una vez esa triste criatura del refugio. Lobo se había convertido en un verdadero atractivo: pecho poderoso, un exuberante pelaje plateado con los diseños característicos de un malamute, postura orgullosa. Pero lo más importante, sus ojos. Ahora brillaban con lo que solo puede verse en los seres verdaderamente felices: absoluta confianza en la vida.

«Imagínate,» – le contaba Anna a su amiga mientras Lobo jugaba en el jardín con el cachorro del vecino, – «ayer un gato entró en nuestra casa. ¿Sabes qué hizo él? ¡Compartió su comida con el gato! Aquél que conoció el hambre, nunca dejará a otro ser con hambre.»

En su hogar se había creado una tradición: todos los sábados iban con Lobo al refugio, donde una vez había comenzado su camino hacia una nueva vida. El perro parecía saber qué hacer; se acercaba a los perros más asustados y simplemente se sentaba cerca, compartiendo su calma y confianza.

«Es como una prueba viviente de que siempre hay esperanza,» – decía María a los nuevos voluntarios, mostrando fotos de «antes y después». – «Incluso cuando parece que ya no se puede hacer nada.»

Y por las noches, cuando toda la familia se reunía en la sala de estar, Lobo se acostaba en su sofá favorito (sí, ahora tenía su propio sofá), ponía su cabeza en el regazo de Anna y suspiraba de placer. En esos momentos, ella solía pensar en cómo una decisión puede cambiar no solo la vida de alguien, sino también la tuya propia.

«Mamá, ¿es cierto que Lobo solía ser infeliz?» – preguntó su pequeña hija, quien llegó a sus vidas medio año atrás. De manera sorprendente, fue Lobo quien primero sintió su llegada, comenzando a proteger a Anna amorosamente incluso antes de que ella supiera sobre su embarazo.

«Es cierto, cariño. Pero sabes, lo que he entendido es que no importa cómo fue el pasado. Lo que importa es lo que hacemos en el presente. Todos merecen una segunda oportunidad, y a veces basta con creer en alguien para que ocurra un milagro.»

Lobo, como si entendiera que hablaban de él, levantó la cabeza y miró a su familia. En sus sabios ojos se reflejaba la historia de cómo el amor puede convertir la desesperación en esperanza, el dolor en sanación y a un ser solitario en un feliz miembro de una familia amorosa.

En algún cajón todavía yacía esa primera fotografía, un recordatorio de que incluso la noche más oscura puede terminar con un amanecer, si alguien está dispuesto a extender una mano amiga.

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