Estilo de vida

Qué hacer en la vejez para no arruinar el resto de tu vida…

¿Por qué algunas personas mayores viven con entusiasmo, disfrutando de cada día, mientras que otras parecen desvanecerse mucho antes de su muerte física? Y no es por enfermedades o por la edad. ¿Qué hace que una persona esté viva o muerta por dentro?

La muerte no llega con las arrugas

A menudo confundimos el envejecimiento natural con la muerte interna. Pensamos que una persona se apaga porque su tiempo ha llegado, su cuerpo ha fallado, su salud ha decaído. Pero cada vez veo más que no se trata de eso en absoluto.

La vejez en sí misma no es una sentencia. No mueren por la edad, sino porque ya no hay fuerzas para querer, sentir, esperar, disfrutar. Porque el alma se vacía.

Es similar al lento apagado de una vela. Todavía hay luz en la habitación, pero se debilita y tiembla, como si estuviera a punto de desaparecer. Y mientras físicamente la persona aún está con nosotros, psicológicamente ya se encuentra lejos.

El vacío — un destructor silencioso

Primero se va el interés. Luego, el gusto por la vida. Después, las sonrisas. Cuando no queda espacio para la felicidad, cuando la tristeza se convierte en un fondo permanente y el sentido se pierde, comienza lo que yo llamo «la pequeña muerte».

Este estado no siempre es visible para los demás, pero carcome profundamente desde dentro. La persona sigue viva, pero es como si estuviera desconectada de la vida. Puede realizar acciones cotidianas — comer, hablar, ir de compras — pero ya no siente nada.

Así es como empieza la muerte interna: no con dolor, sino con indiferencia. Cuando uno deja de querer, deja de esperar. Incluso para el futuro, ya no planea porque no se ve a sí mismo en él.

La alegría como motor de la vida

Subestimamos enormemente el significado de la alegría. Pensamos que no tener buen ánimo es simplemente un mal día. Pero la falta de alegría no es solo un día malo, es perder la conexión con la propia vida. Sin alegría, uno deja de desear. Y sin deseo, no hay movimiento.

La alegría no tiene que ser risa y fuegos artificiales. Es la sensación de estar vivo. Que algo te importa. Que eres necesario para alguien. Que creas, haces, esperas. Puede ser cualquier cosa: flores cuidadas en el alféizar de la ventana, una conversación con los nietos, el sabor del té favorito por la mañana.

Pero cuando eso no existe, cuando día tras día transcurre en gris y apatía, la persona empieza a desvanecerse.

El cuerpo se adapta al alma

¿Has notado que cuando nos sumergimos en una tristeza prolongada, inmediatamente el cuerpo comienza a cambiar? Aparece la pereza, nos atraen los hábitos nocivos, el sistema inmunológico disminuye. Agrega a esto el alcohol, el exceso de comida, las series interminables sin placer, y así el cuerpo alcanza al alma.

Es un círculo vicioso: la pérdida de energía provoca aún más inactividad, y la inactividad genera aún más apatía. Salir de este estado puede ser increíblemente difícil, especialmente cuando no hay nadie cerca que pueda notar, apoyar y extender una mano.

Cómo reconocer este vacío

No siempre llega como un trueno. A veces es un agotamiento gradual. La persona deja de interesarse por lo que sucede, se vuelve indiferente incluso a los más cercanos. Podría pasar días enteros acostado, mirando al techo, sin ver nada extraño en ello.

Ese es el vacío. Y es más aterrador que cualquier diagnóstico. Porque es difícil notarlo a tiempo y aún más difícil admitirlo.

A menudo, la persona misma no entiende lo que le está sucediendo. Simplemente le importa menos. Lo explica con cansancio, edad, clima, cualquier cosa. Pero en realidad es una señal: en su vida ya no hay lugar para sí mismo.

¿Qué hacer si te reconoces en esto?

En primer lugar, es importante entender: esto no es tu culpa. No podemos controlar completamente nuestras vidas, no podemos controlar todo lo que sucede afuera. Pero podemos vigilar lo que sucede dentro.

Si sientes que te estás sumergiendo en la indiferencia, no te quedes callado. No es una debilidad, es una señal. A veces basta con hablar. A veces, con acudir a un especialista. A veces, simplemente salir a la calle e intentar notar lo que sucede a tu alrededor.

La psique humana es increíblemente plástica. Incluso en los estados más difíciles, puede revivir si se le da una oportunidad. Lo importante es no cerrarse. No dejar de buscar la luz.

Los fuertes también caen. Pero saben levantarse

El mito de que los fuertes son aquellos que nunca se rompen es peligroso. Una persona fuerte no es aquella que no se entristece, sino aquella que, al caer, encuentra la fuerza para levantarse, aunque no sea de inmediato, aunque sea con dolor.

Un fuerte no siempre sonríe. A menudo simplemente vive, da pasos a pesar de la tormenta interna. Elige no rendirse. No son acciones ruidosas, es un trabajo interno. Es invisible. Pero es precisamente eso lo que salva.

“La muerte no llega con la vejez, sino con el vacío, cuando la alegría muere, nace la tristeza, cuando la felicidad muere y nace la melancolía: entonces te conviertes en el verdugo de tu propia vida”.

Verdugo de tu propia vida. Palabras fuertes. Y muy verdaderas.

¿Y ahora qué?

¿Significa esto que todo depende solo de nosotros? No del todo. Pero ciertamente podemos dejar de ser indiferentes hacia nosotros mismos. Podemos notar lo que nos está sucediendo. Apoyarnos a nosotros mismos. Buscar pequeñas alegrías. Estar junto a aquellos que se han vuelto callados y distantes, no tener miedo de su silencio, sino ser el primero en hablar.

El vacío no llega de repente. Se arrastra lentamente. Pero si aprendemos a ser atentos con nosotros mismos y con los demás, podremos reconocerlo y detenerlo.

La vida no es solo latidos del corazón. Es calidez, interés y movimiento del espíritu. Mientras sintamos eso, estamos vivos.

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