Familia

Suegra contra yerno: «¡Ven solo con la nieta!»

Cada mujer espera encontrar al hombre verdadero, formar una familia, tener hijos y ser feliz. Pero la vida no es un cuento de hadas, y cuanto más amas, más duele caer.

Marisol estaba convencida de que había encontrado su destino. Aún en la escuela, conoció a Javier, un chico alto con una sonrisa encantadora que conquistó su corazón de inmediato. Paseos hasta el amanecer, cartas conmovedoras, promesas… Un par de años después, se convirtieron en pareja.

Su madre, Dolores María, sintió de inmediato que algo no iba bien. En Javier veía a un vago, una persona sin rumbo. Pero Marisol no escuchaba; para ella, él era el ideal. Ella ingresó en la universidad con calificaciones altas, mientras que Javier apenas logró entrar al colegio. Los estudios eran difíciles, y pronto los abandonó por completo.

— ¡Mamá, no entiendes! ¡Lo nuestro es verdadero amor! — repetía Marisol, haciendo oídos sordos a las críticas.

Cuando Javier consiguió un trabajo como consultor en una tienda de tecnología, lo consideró un éxito. El dinero apenas alcanzaba para cervezas y bocadillos, pero a él eso le bastaba. A Dolores María no. Intentó llegar al corazón de su hija, pero fue en vano.

La pareja celebró una boda modesta. Tuvieron que vivir en una habitación alquilada en una vieja casa en Málaga: paredes finas, vecinos siempre ruidosos. A Marisol eso no le importaba: lo principal era estar junto a su amado. Javier trabajaba sin mucho esfuerzo, y al pedirle ayuda, solamente se desentendía. Marisol pedía dinero a su madre cada vez más a menudo. Dolores María ayudaba: con alimentos, cosas, incluso entregando sus últimos ahorros.

Cada encuentro con su yerno le causaba tormento. Para ella, él era un extraño, inestable, poco serio. No lo veía como un hombre.

Cuando las cosas se pusieron realmente difíciles, Marisol pidió quedarse unos meses en casa de su madre: querían ahorrar para su propio apartamento. Dolores María accedió, pero pronto se arrepintió: Javier se tumbaba en el sofá todo el día, y todo el trabajo recaía sobre su hija. Ella estudiaba, trabajaba desde casa — agotada, pero aún así justificando a su esposo.

— Simplemente está pasando por un momento difícil… — decía.

Después de tres meses, Javier no pudo soportar la presión y convenció a Marisol de volver a la habitación alquilada. Aunque era estrecha, al menos estaban sin sermones. La madre suspiró aliviada, pero tenía un temor: que su hija quedara embarazada.

Pero el destino decidió de otra manera. Despidieron a Javier. Marisol, por el contrario, recibió un ascenso y comenzó a ganar bien. Y pronto se hizo evidente que esperaba un hijo.

Dolores María se alegró al saber que sería abuela. Pero la alegría pasó rápido — al yerno no lo aceptó. Y cuando Marisol, agotada del alquiler, pidió regresar a casa de su madre, ella puso una condición:

— Solo tú y la bebé. No traigas a Javier. Ni siquiera al umbral.

— ¡Mamá, él es el padre de mi hija! — explotó Marisol.
— ¿Y pensaste en eso cuando te casaste con él? — respondió fríamente la madre. — Que primero demuestre que es un hombre.

Marisol estaba entre la espada y la pared. Por un lado, el cansancio, el recién nacido, la falta de comodidad. Por otro, el orgullo y el resentimiento. Regresó con su esposo a esa misma habitación estrecha, esperando que su madre se ablandara. Pero Dolores María permaneció firme.

Para ella, Javier era un extraño, no alguien a quien quisiera ver junto a su hija y nieta. Pero, ¿qué se le puede hacer? Al corazón no se le manda. El corazón de una madre sufría, pero no cambió su decisión.

El tiempo dirá quién tenía razón. Mientras tanto, dos mujeres — madre e hija — aprenden a amarse desde la distancia, aceptando decisiones ajenas, incluso si no coinciden con sus propios sueños.

 

Deja una respuesta